
Non sine sole iris. Mariajosé Gallardo
Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), Sevilla
20 de diciembre 2013 - 20 de abril de 2014
Si por algo valiera el legado de la tradición visual que todos tenemos presente -aún de manera muy inconsciente- en nuestro modo de mirar, sería por la posibilidad que aún nos queda de desbaratarlo, pervertirlo, desconstruirlo y volverlo a proponer. Recuperar aspectos del pasado tiene mucho que ver con ser un correcto intérprete del presente, y hacer converger lo exótico y lo insólito con lo popular y lo conocido es la mejor manera de ilustrar el imaginario visual moderno, que no entiende de categorías ni de jerarquías y que tiende a mezclar indiscriminadamente lo heterogéneo. Algo así como colocar una calavera de McQueen junto a una santa murillesca.
Mariajosé Gallardo (Villafranca de los Barros, Badajoz, 1978) hace confluir en Non sine sole iris la estructura/forma histórica de acumulación de obras en las antiguas “Cámaras de las maravillas” con una iconografía que, desde la más arraigada perspectiva contemporánea, vuelve insolentemente los ojos a las imágenes del pasado y desafía a las del presente. Si con lo primero corrompe el sacrosanto muro blanco, con lo segundo destruye la canonizada distinción entre alta y baja cultura. Pero no acaban aquí los desbarajustes. Sin orden narrativo dispuesto, el papel del espectador comienza a ser inestable. Gallardo ha descentralizado el comienzo de la exposición, ubicando el cuadro vertebrador de la muestra en el extremo izquierdo de la pared. El retrato de la virtuosa (por supuestamente virgen) Elisabeth I, símbolo de la prosperidad de Inglaterra durante la Edad Moderna y portador de la locución que da título a la muestra (Non sine sole iris: sin el sol no hay arco iris), ha sido reinterpretado por la pintora, que ha puesto a su aristocrático simbolismo de poder y realeza a codearse con princesas Disney-punk y pérfidas amas de casa con cara de pocos pasteles.
Al suelo con la linealidad, con los discursos expositivos rectilíneos y con los argumentos artísticos unívocos. Desde el detalle hasta el conjunto, desde lo más aparentemente tradicional hasta lo abiertamente subversivo, la propuesta parece clara y estimulante. Se trata de descubrir (o tal vez inventar) las interacciones entre las imágenes, yendo de una a otra, relacionando iconografías, descubriendo sus vínculos simbólicos y formales. Se trata también de oscilar entre el motivo que le sirvió de inspiración a la pintora y su interpretación, dejándonos llevar por la reflexión implícita en estas transformaciones. En último término, habremos de interpretar las piezas en su “marco”, en el simbolismo del espacio de una Wunderkammer (buena metáfora de nuestros disonantes imaginarios colectivos), y encontraremos la clave de la propuesta.
Es esta multiplicidad de caminos por los que transitar la que convierte a la exposición de Gallardo en un sinfín de posibilidades, esas que otorga el arte mediante sus técnicas, en este caso una madura labor pictórica comprendida no solo como instrumento (medio) de expresión sino como necesario componente del discurso. En estas posibilidades reside la eficacia de la muestra, ya que son un requerimiento claro de participación del espectador, a quien se solicita tanto una actitud activa de descubrimiento y sorpresa, al modo de las antiguas “Cámara de las maravillas”, como una predisposición al humor y a la crítica, los componentes esenciales y las más valiosas armas de expresión del arte actual.
Texto: Begoña Barrera
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