Presentamos El arte como pantalla, el último libro del productor cultural Ángel Román. Una recopilación de ensayos que establece un sugerente baile entre el cine con mayúsculas y los aspectos más importantes de nuestras vidas. La política, la sociedad, la globalización, el sexo o la violencia se mueven a la perfección entre los pasajes que desgranan ámbitos cinematográficos que van desde la filmografía oriental, a David Lynch o Cronenberg. Toda una experiencia para los sentidos y una buena melodía para educar a aquellos ojos que no se conforman solo con mirar.
DOZE Magazine: En tu libro hablas sobre la incapacidad de la imagen para soportar la verdad. Si es así ¿nos queda algún elemento dogmático? Por el contrario ¿se supone que hemos terminado con una mentira (los dogmas) mantenida durante siglos?
Ángel Román: Existe una esencia en las imágenes del siglo XXI que hace que se cuestione todo principio de verosimilitud. La posmodernidad liquidó el asunto de los grandes relatos, pero es cierto que están surgiendo otros que ocultan otro tipo de dogmas, más sutiles, que reptan bajo la piel de la uniformidad social y cultural. Esto no supone, ni mucho menos, que desaparezcan las grandes verdades sino que todo parece estar medido por la confusión, el ruido y la imprecisión informativa en los medios de comunicación.
Estamos sumergidos en un tiempo donde la interpretación es síntoma de una sociedad de inseguridades. El miedo es la auténtica pandemia de la contemporaneidad. Una enfermedad que se ha extendido sobre todo tipo de pantallas, poniendo en duda la propia realidad de la imagen.
El arte como pantalla habla sobre las diversas estrategias que se plantean detrás de la imagen como contenedor de realidades. Hablar de la imagen como algo fiel a lo real es perder el tiempo. La imagen es una mirada subjetiva y, como tal, está estigmatizada por una cultura y una herencia social inevitable. Y esto queda reflejado de alguna manera en lo reproducido.
DM: En un mundo globalizado e interconectado ¿Qué ha perdido el hombre como individuo?
ÁR: Creo que el individuo ha perdido la inocencia pero hemos ganado en experiencia. La globalización genera sentimientos adversos y contradictorios a la vez. Pero provoca sobretodo un deseo de identidad; primero desde lo individual y después desde lo colectivo, o viceversa.
Aunque también con la globalización se ha erosionado la capacidad de crear imágenes no contaminadas por la homogenización cultural. Simbólicamente, existe una profunda herida entre lo global y lo local, ambos espacios parecen aproximarse, cuando realmente no están interconectados ya que no operan en igualdad en todo el planeta.
Existe una tensión en la creación contemporánea por representar autenticidad que me obliga a reflexionar sobre el vacío o la pérdida de la misma. Observo que existe mucho diseño en el panorama artístico pero poco arte; en otras palabras, muchas ganas de aparentar, destacar y provocar para buscar el impacto en la mirada, pero con un contenido ausente que me deja indiferente. La globalización ha canibalizado la diferencias en aras de la normalización, un ejemplo es la democracia, un ideal de gobierno que se exporta por el mundo y una gran falacia para creernos que somos iguales cuando, en realidad, se constata que no es así.
Y mientras, la sociedad se ha topado con el ansia por transgredir con imágenes que rompan los patrones de lo global e incentivar la singularidad. Me gustan los artistas que trabajan sus obras como ejercicios de resistencia ante el empuje de homogenización, creando mundos posibles desde la disidencia de sus discursos. Desde Ana Mendieta, Michael Haneke o Chris Cunningham pasando por David Lynch, Juanma Carrillo o Johnnie To; ofrecen caminos alternativos para interpretar un mundo que se siente inquieto ante un consumo visual entendido como algo catódico y fingido.
DM: También comentas que el sujeto del nuevo milenio se debate entre lo global y lo individual ¿Dónde tiene uno que poner el límite para no ser arrastrado por lo general?
ÁR: Se estima que el 80% del consumo audiovisual medio en España procede de productos americanos. Cuando tal cantidad de información es asimilada por otro país con otra cultura y no hace nada para remediarlo, me parece preocupante.
El problema no deriva de saber si lo global penetra en lo individual, sino en reconocer que ambos espacios deben coexistir por el bien de la sociedad. De forma contraria, se entendería como una intrusión cultural, una variante de colonialismo posmoderno donde las bases más profundas de la identidad se ven violentadas.
En mi libro hablo de la necesidad de reforzar las diferencias como estrategia para frenar la invasión de culturas dominantes (americana, china, etc.). Me preocupa seriamente que las minorías no tengan voz ni representación visual.
DM: Para destacar la fuerza y renovación del cine oriental mencionas situaciones sociales como el pesimismo, la pérdida de referentes o la crisis de identidad ¿No crees que estos factores son extrapolables a la situación que vive Europa en la actualidad? ¿Podría este momento impulsar nuevos lenguajes en el cine occidental?
ÁR: Es cierto que el pesimismo, la pérdida de referentes y la crisis de identidad son elementos contaminantes a la problemática europea, pero lo que la diferencia con respecto a la oriental son las pretensiones de considerar a los países del Sudeste Asiático como paradigmas de la ultramodernidad. Japón, Hong Kong o Corea del Sur son ejemplos de espacios que formulan en el imaginario actual un referente de futuro hecho realidad. Culturas milenarias tienen un acoso y derribo constante de sus tradiciones que se ven en el siglo XXI suplantadas por una desbordante ansiedad tecnológica.
En el caso del cine occidental es necesario impulsar una renovación visual que permita una cohesión cultural más allá de la conyuntura global y se vea liberada del modelo americano.
DM: En varios capítulos del libro hablas sobre la relación entre el hombre y la violencia. A pesar de que David Cronenberg considere que el hombre es el único animal que puede elegir entre ser violento o no ¿consideras que nuestra especie lleva implícito este mal en su cadena cromosómica?
ÁR: No soy experto en biología pero, históricamente, las civilizaciones han impuesto su voluntad sobre otras culturas con total impunidad (desde el miedo, el terror, la violencia, la guerra, etc.). No considero que “el hombre sea malo por naturaleza” como predicaba Hobbes, sino que sus actos tienden hacia la maldad, o no. De la misma manera que los humanos tenemos capacidad para hacer el bien, también la tenemos para hacer el mal.
En todos los libros que he publicado siempre tengo un hueco para el director David Cronenberg, su cine me hace reflexionar de una manera especial. En Una historia de violencia (2005) habla abiertamente de la conciencia de un hombre para decidir ejercer la violencia en un momento de su vida. Nunca una película me ha inquietado tanto como para detenerme a pensar en la espontaneidad de los actos violentos.
DM: Siguiendo con la violencia, la asimilación que se hace de ella entre oriente y occidente es clara y totalmente diferenciada ¿Se podría decir que entendemos (los occidentales) la violencia a través de una doble moral? (es decir, la rechazamos públicamente pero necesitamos hacerla pública)
ÁR: Occidente esconde la violencia de la misma forma que la sexualidad, bajo la máscara del pudor. Y cuando es manifestada, materializada o representada es para desmitificarla, negarla o repudiarla. Oriente asume la violencia en todas sus variantes, no la sublima ni la celebra, solo la deja habitar en su cultura.
Desde la tragedia griega, con sus dioses crueles y vengativos (Heracles mató a sus hijos para demostrar su masculinidad, Kratos simboliza al sádico, etc.), pasando por el Laocoonte y sus hijos, hasta llegar a los atentados de las Torres Gemelas en el 11S, Occidente detiene la mirada en la violencia para contemplarla, porque es la única vía que tiene para comprenderla, desde la distancia. En cambio, en Oriente se interioriza como si fuera parte de un proceso emocional interno. No necesita exhibirla ya que no se oculta.
Los japoneses Takeshi Kitano o Takeshi Miike muestran en su cine un tipo de violencia cotidiana y normalizada. Sus yakuzas modernizan el tema de los samuráis, preservando en el corazón del Código del Bushido un lema de Uyesugi Kenshin (siglo XV): “quienes se aferran a la vida mueren, quienes desafían a la muerte sobreviven”. De igual manera ocurre en la filmografía del hongkonés Johnnie To, todo un arte en la celebración milenaria de la violencia pero recontextualizada en el siglo XXI.
En Occidente ocurre lo contrario, se exagera para condenarlo, sin existir la posibilidad de analizarlo. Quentin Tarantino, John Ford, Sam Peckinpah, Gaspar Noé o Martin Scorsese son ejemplos de una visibilización de la violencia en el cine, por esa misma razón se les rechaza, porque resulta evidente que nuestra civilización se ha construido desde esa perspectiva. Además ponen de relieve el miedo al cuerpo (en sus extensas varientes: desmembración, sufrimiento, dolor, muerte, etc.) que sentimos en Occidente.
DM: ¿Qué es lo mejor y lo peor que, a tu juicio, nos ha traído la globalización?
ÁR: Lo mejor de la globalización es la sensación de compartir las responsabilidades de los problemas del planeta, además de enriquecer las comunicaciones y los transportes. En cierta forma el mundo se ha hecho más familiar. Y entre lo peor destacaría el aumento de las desigualdades entre ricos y pobres, y que las multinacionales cada vez tienen más peso en las decisiones de los gobiernos.
DM: Hablando de los escenarios comunes (y externos) del dolor ¿Está el cine occidental enfermo de sí mismo? ¿Qué medicina necesita?
ÁR: Hace años que el cine occidental ha dejado de ofrecerme cosas interesantes, su maldición consiste en hacerse demasiado burgués. En otras palabras, poco provocador y conformista. Algo que las series de ficción están aprovechando para ser más arriesgadas narrativa y visualmente. Lost, Mad Men, A dos metros bajo tierra o Damages son piezas excelentes para comprobar que el talento y la innovación creativa se pueden agudizar en los pequeños formatos, además de ser rentables comercialmente. Respecto al cine en 3D, aún le falta un hervor. Yo no voy al cine por el uso de una tecnología determinada, sino por el uso que se haga con ella para buscar nuevos lenguajes visuales.
DM: ¿Qué películas o directores permanecen inmunes a esta enfermedad occidental?
ÁR: El mercado audiovisual se está transformando radicalmente en los últimos años gracias a Internet y los cambios de hábitos de consumo de la sociedad. En definitiva, esto repercute en el tipo de películas o contenidos que se demandan, caracterizados por una ambivalencia brutal que oscila entre la espectacularidad y las producciones de bajo coste o co-producciones.
David Lynch, harto de no encontrar financiación para Inland Empire (2007), usó una cámara digital para rodar su película con la intención de comercializarla a través de su página web. Desde entonces ha dejado de filmar en 35 mm.
También me deslumbra David Simon, creador de la serie de televisión The Wire o Generation Kill, por la autenticidad que desprenden sus imágenes. Lisa Cholodenko por apostar por un cine comprometido. Rodrigo García porque es pura emoción y dominio cinematográfico con Nueve vidas, realizados con nueve planos secuencias. La lista de gente creativa es extensa, puede ser que Occidente esté enfermo (vendido) por un mercado saturado de contenidos audiovisuales, pero en cualquier momento, cambiará esta situación.
DM: En cuanto a la asimilación del sexo y los géneros ¿tenemos bien asumido el juego sexual? ¿Cuándo llegará la mujer a estar totalmente liberada de la tiranía y opresión masculina?
ÁR: El sexo es un escenario peligroso porque atañe a la esfera tanto de lo privado como de lo público. Las diversas representaciones que de hombres y mujeres se potencian desde el mundo de la imagen son pensadas para fomentar una masculinidad y feminidad excluyente.
No existe negociación hasta que el trato, tanto de hombres como mujeres, se haga en términos de igual. En otras palabras, la liberación de la sexualidad viene precedida por un diálogo entre los géneros, donde no se vean simbolizados como simples objetos de deseo, sino como sujetos con un fuerte contenido erótico.
DM: Vivimos en una época caracterizada por los discursos únicos y las realidades incuestionables; sin embargo, también nos encontramos en un momento histórico desconocido en cuanto al acceso a la información y al conocimiento de ideas que rompen con dichas imposiciones ¿Qué hace falta para romper con ese absolutismo y abrirnos globalmente a las nuevas propuestas que nos llegan diariamente?
ÁR: El miedo es una de las medidas que utiliza la globalización para contrarrestar los cambios que el mismo sistema produce. Una contradicción que los individuos se atreven a romper con la disidencia frente a los discursos oficiales.
El conocimiento y la información deben de ser libres para poder aspirar a una libertad totalmente auténtica. Internet se ha consolidado como plataforma indiscutible de comunicación en el nuevo milenio, espero que nunca esté en manos de monopolios empresariales o derivados que entorpezcan su difusión para favorecer intereses particulares.
Fotografías de Iris Encina
Portada del libro de Sergio Ojeda
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