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“Mis dibujos reinventan los instantes captados por la fotografía”

Alma de dibujante y vocación de reportero, Emmanuel Guibert (París, 1964) es uno de los autores más destacados en el cómic europeo de los últimos veinte años. Coetáneo de Joann Sfar, Marjane Satrapi o David B., formó parte de la ola que renovó por completo las temáticas del tebeo galo, abriendo la puerta a historias de corte más personal e intimista.

Su primera obra de envergadura fue La guerra de Alan, una trilogía en la que se narran las vivencias de Alan Cope, soldado estadounidense que decidió instalarse en Francia tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Las historias están basadas en las conversaciones que Guibert mantuvo con el protagonista, largas sesiones de charla que derivaron en un cuarto libro, La infancia de Alan, donde se plasman los primeros años de vida de un hombre fascinante.

Con todo, el título que encumbró a Guibert no es otro que El fotógrafo, combinación de dibujo y fotografía que recoge el trabajo de Didier Lefèvre, fotoperiodista que en 1986 se empotró en un equipo de Médicos Sin Fronteras durante la guerra entre Afganistán y Rusia. Ese mismo espíritu es el que impregna Un viaje entre gitanos, donde se rinde homenaje al reportero gráfico Alain Kepler, que entre 1999 y 2009 denunció sin descanso la marginación y el hostigamiento que el pueblo romaní sufre en varios estados europeos.

Publicadas en España por las editoriales Sins Entido y Ponent Mon, estas obras actúan como ejes centrales de una entrevista en la que Guibert reflexiona sobre el proceso de gestación de sus títulos más relevantes.

DOZE Magazine: ¿Cómo conociste a Alan?
Emmanuel Guibert: Todo ocurrió de la forma más casual posible: un día iba andando por la calle, pensando en mis cosas, y de repente se cruzó frente a mí una especie de rayo amistoso. Empezamos a hablar y, desde ese mismo momento, la complicidad y el afecto siempre estuvieron presentes en nuestra relación.

DM: ¿Cuándo descubriste que debías grabar sus palabras?
EG: No lo recuerdo exactamente, pero muy pronto, en la segunda o tercera ocasión que quedamos para charlar. Es más, fue el mismo día en que le propuse dibujar un libro sobre su vida. Siempre me ha gustado escuchar a los demás, desde que era niño, y con el tiempo se ha convertido tanto en un hábito como en un placer.

DM: Es interesante el hecho de que, cuando dibujas los recuerdos de Alan, actúas más como periodista que como autor, porque no hay ninguna clase de interpretación, sino una exposición bastante cruda de los hechos.
EG: Para mí, la interpretación no es más que la simple conversión de una historia hablada en una dibujada. Eso se consigue por medio de una programación, una división y un montón de imágenes que conforman mi punto de vista sobre una serie de hechos que jamás he experimentado. Y, en efecto, era Alan quien hablaba, y me encantaba escucharle.

DM: Eres un defensor del cómic como medio de expresión. ¿Consideras que, a la hora de contar historias como la de Alan, el tebeo es una herramienta más poderosa que otros géneros literarios?
EG: No diría más potente, pero sí es cierto que el cómic tiene unas características propias que lo convierten en una forma de expresión insustituible: se lee con facilidad y las historias fluyen a través del ojo, produciendo objetos íntimos y evocadores que permiten abordar todas las temáticas. Y por si fuera poco, es una invitación constante a la relectura.

DM: Los libros de Alan no sólo retratan la vida del protagonista, sino que funcionan como pequeños retazos de historia. Con ‘La infancia de Alan’, por ejemplo, conocemos cómo era la vida en Estados Unidos durante las décadas de los veinte y los treinta del siglo pasado. ¿Te fijas en lo particular para contar algo más general?
EG: Por supuesto. Todos hemos conocido el mundo a través de las historias que nos contaban nuestros abuelos o nuestros padres, y el ciclo se repite durante toda la vida. Piensa en Cervantes, que en El Quijote habla de las fábulas milesias, que están ahí para distraernos, claro, pero también para instruirnos.

Alan tenía una forma muy didáctica de expresarse, le encantaba que sus historias estuvieran repletas de hechos relevantes, pero sin olvidar los detalles más íntimos. Y también tenía sentido del humor, pero un humor muy puro, nunca para hacer daño o soltarte una moralina. Cada una de sus historias actúa como una pequeña fábula cuyo significado se deja a la discreción del lector. Notaba su sabiduría y su experiencia, pero nunca le traté como si fuera un viejo, y creo que eso le gustaba.

DM: ¿Cómo te documentas para reproducir el paisaje de aquella época, los coches, la ropa, las casas…?
EG: Bueno, he viajado a muchos de los lugares que describo, y también me he preocupado por hablar con otras personas mejor informadas, o por leer libros y ver películas que pudieran aportarme datos valiosos. Vamos, lo que haces normalmente cuando te estás documentando para un cómic.

DM: Al igual que en los demás libros sobre Alan, las primeras páginas de ‘La infancia…’ están en color, pero inmediatamente cambias al blanco y negro y ya lo mantienes durante toda la obra.
EG: Es un pequeño juego particular, pero lo comparto con el lector: mi idea siempre fue que esas páginas a color actuaran como una especie de puente, un viaje del presente al pasado y luego, al final, del pasado al presente. Me gusta emplear esos giros.

DM: Con el paso de los años, Alan no sólo se convirtió en una persona muy importante en tu vida, sino también en tu carrera profesional.
EG: Es cierto. De hecho, tengo horas y horas de conversaciones que algún día se podrían convertir en libros. Ahora estoy trabajando en un cómic sobre la adolescencia de Alan, y luego me gustaría hacer otra obra sobre el hombre de setenta años al que yo conocí, pero esta última no sería un tebeo.

DM: Hace unos meses se publicó en España ‘Un viaje entre gitanos’, donde plasmabas un proyecto de Alain Keler. ¿Cómo entráis en contacto?
EG: Nos presentó Didier Lefèvre y, tras su muerte, Alain y yo nos propusimos hacer la única cosa que no pude llevar a cabo con El fotógrafo: publicar una serie en prensa o, en este caso, en una revista como XXI.

DM: En ‘El fotógrafo’ describiste una situación de guerra, mientras que ‘Un viaje entre gitanos’ se acerca a la realidad de un pueblo marginado y perseguido. ¿Cómo afrontas historias tan crudas?
EG: Son mis amigos quienes lo pasan mal de verdad, porque ellos tienen la valentía de meterse en situaciones que yo no sería capaz de soportar. Me conducen hasta esos lugares que, a continuación, yo traslado a los libros, limitándome a contar unas historias que ya contienen un gran peso emocional. La guerra y la pobreza extrema son dos fenómenos, escandalosos y violentos, que se alimentan constantemente el uno al otro.

DM: ‘Un viaje entre gitanos’ resume los diez años que Keler invirtió en su proyecto fotográfico. ¿Cómo plasmas esa década en apenas 90 páginas?
EG: La parte más interesante eran los viajes de Alain, así que iba directo al grano para poder incluir toda la información posible. Y, claro, también me guiaba mucho por lo que Alain me iba contando de sus experiencias, lo cual ayuda bastante a la hora de elegir los hechos más relevantes.

DM: De ‘El fotógrafo’ y ‘Un viaje entre gitanos’ se ha dicho que son cómics comprometidos, mientras que tú los has definido como biografías de tus amigos.
EG: Dibujo rebanadas de vida de personas humanistas y valientes, y los libros son portadores de sus iniciativas, de sus estados de ánimo, de sus convicciones y de sus dudas.

DM: Comprendo que te han hecho muchas veces la misma pregunta, pero aun así, ¿cómo te las apañas para combinar dibujos y fotografías, que tradicionalmente no han casado demasiado bien?
EG: Pues no te sabría decir. Simplemente, un día descubrí que esa mezcla podía ser muy rica, y creo que hasta ahora no me he equivocado. Además, me parecía muy estimulante, porque las fotografías y los dibujos se combinaban de manera distinta en cada uno de los libros. Mis dibujos no se suelen basar en la fotografía, sino que reinventan y rodean los instantes captados por esta.

DM: Como decías, ‘Un viaje entre gitanos’ se publicó originalmente en la revista XXI, que se ha convertido en un pequeño fenómeno editorial en Francia.
EG: XXI es un gran éxito y eso es bueno, porque ofrece opiniones muy interesantes y libres de cualquier influencia comercial. Defiende la independencia de sus contenidos, lo cual es una señal de respeto hacia los lectores.

Por otro lado, creyeron desde el principio en el poder del reportaje dibujado, pero son conscientes de que no han inventado la rueda. En el siglo XIX, con el nacimiento de la prensa de masas, la mayoría de los reportajes eran dibujados, y esta situación se mantuvo hasta la Primera Guerra Mundial, a pesar de que la fotografía ya tenía medio siglo de vida.

DM: ¿Cómo cambia tu enfoque cuando llevas a cabo una obra de ficción?
EG: No es algo en lo que piense demasiado. Y tampoco me preocupa. Lo que me interesa de verdad es que la vida esté reflejada en el libro, independientemente de que cuente una historia real o de ficción.

DM: Y cuando pasas de un género a otro, ¿te viene bien para respirar, para oxigenarte?
EG: ¡Claro! Es pura cuestión de necesidad, de higiene mental, sobre todo cuando trabajas en paralelo para lectores grandes y pequeños.

DM: ¿En qué andas liado?
EG: Estoy haciendo un pequeño ensayo sobre mis lecturas entre los 3 y los 8 años, ese momento en que te lanzas a leer por tu cuenta, individualmente y por iniciativa propia.

Texto: Julio Soria