Francis Bacon nos lo descubrió hace ya más de cuatro siglos: "No hay belleza sin una cierta extrañeza en sus proporciones" ¿Qué sería del arte, del estilo o de la moda? ¿Qué sería de la obra del diseñador galaico/catalán Manuel Bolaño sin este postulado?
Contrastes de texturas, explosión de color, volumetrías y multicapas que estimulan la imaginación y motivan la innovación. Más allá de las tendencias y del dictado del mercado (hasta el punto de obviar las reglas más básicas, es decir, las de la temperatura), Bolaño incorpora el tweed a las colecciones de verano.
Más amigo de la vanguardia y de la provocación que de las tendencias, Bolaño entabla una relación entre el surrealismo y la fantasía de un bosque en tinieblas con tintes góticos, invita al dramatismo de la viudedad dedicándole una colección, esgrime la decadencia de los ganchillos artesanales, apela a la teatralidad que le otorga la inspiración de los peliqueiros de la guerra civil, de las maxi-cabezas de oso que recortan siluetas imposibles y recurre a la eclosión de flores multicolor entre las costuras. Bolaño, con sus colecciones, nos cuenta historias que nos conmueven por su coherencia y madurez, por su elemento provocador, por su avidez visual.
Como el sexo con amor, emociones que no se desvanecen al llegar al clímax, el arte de Manuel Bolaño enriquece nuestras mochilas pertrechas con experiencias que nutren nuestras particulares analogías de moda.