Vera Icon fue todo un icono de los años noventa de ese nuestro idolatrado mundo anglosajón. Era la más bella de entre todas las divinas -también la más deseada y usada, la más inteligente y educada. Comparaban su elegancia con la de Cicciolina y sus reticentes autógrafos eran tan valorados como los de su querido Jeff Koons.
Su trayectoria académica no es menos brillante. Investigadora tenaz, mientras sus homónomos pasaban largas horas de recuperación tras las privates views ella se cambiaba de tacones y se iba a la universidad -de las Grandes, a continuar sus estudios. Se licenció en fine arts-que no finanzas como entendían algunos. Después de sus correspondientes postgrados comenzó filosofía, donde se especializó en estética de la mano de un conocido por todos al que mantendré en su anonimato. Con apenas 25 años no sólo protagonizaba las fiestas del Arte si no que las universidades -todas las dirigidas por hombres claro- se peleaban por ella a un lado y al otro del pantano, como ella cita.
Fueron años duros los que la llevaron al ras del suelo. Alcohólica y frustrada la dejó Ibiza, o eso dicen las malas lenguas. Pero Vera Icon sigue manteniendo esa inteligencia que nunca le ha faltado, de ese empobrecimiento y decadencia ha resurgido más fuerte que antes. Convirtiendo su humillación en estrategia divulgativa, utiliza sus experiencias como método para proteger a los/las ingenuos/as artistas emergentes de las frívolas manos del Arte.
DOZE Magazine tuvo el orgullo de hospedar a Vera en su habitación durante la pasada edición Room Art Fair. Fuimos muchos los que nos amontonamos en esa pequeña habitación, a pesar de la multitud que se quedó en el pasillo esperando uno de sus afectuosos saludos. Durante casi una hora nos habló y cantó la imposible relación amor/odio entre artista/comisario en tono de tragedia griega. Para quienes no pudieron acompañarla dejamos este documento bajo el consentimiento de la propia Vera.
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