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Día dos: Una misión, un diván dorado y unos pechos turgentes

Unos pechos firmes golpeaban rítmicamente mi espalda cuando conseguí abrir los ojos de nuevo. Dos de las Moiras permanecían de pie sujetando los hilos dorados, mientras la tercera me transportaba, apenas sin tocarme, hasta un diván también dorado que, desde luego, antes no estaba ahí.

Una luz brillante me impedía ver qué ocurría alrededor, el ruido propio de la ciudad había desaparecido y el calor sofocante se había convertido en un frío intenso y seco que parecía no molestar a las tres Moiras con sus escuetos bikinis.

Extrañamente, en ningún momento valoré la opción de escapar. Tenía bastante claro que todo formaba parte de un sueño, algún tipo de trance provocado por las altas temperaturas o incluso un posible envenenamiento debido a la inhalación de gas metano. O, probablemente, estaba a las puertas de la muerte y aquellas tres mujeres eran las encargadas de guiarme hasta el cielo, ¿y quién era yo para burlar las reglas del destino? Nunca había considerado la posibilidad de morir pero, desde luego, no era un mal momento. Mi vida acababa de sufrir un giro radical, no había cumplido casi ninguno de mis objetivos y empezaba a perder algo de pelo. No, no era un mal momento... ¿La Dra. Smith tendrá algún libro para recuperar el equilibrio después de la muerte?.

Ajenas a mis pensamientos, las tres mujeres se situaron delante de mi y empezaron a hablar al unísono: “Somos las Moiras, las guardianas del destino, las diosas de la vida y la muerte. Somos las encargadas de tejer el destino de los mortales, de hilar la hebra de la vida para los seres humanos desde su nacimiento hasta su muerte y más allá. Nuestras decisiones son inflexibles, aquello que decretamos permanece ajeno al margen del devenir y a la voluntad de los Dioses. Únicamente aquél conocido como Hefner -Hugh Hefner-, puede contradecir nuestros designios”. Mientras pronunciaban el discurso con convicción, iban protagonizando unas escenas de alto contenido lésbico que me tenían un tanto desconcertado.

“Hemos sido enviadas a encauzar de nuevo tu destino, a recomponer tu hilo vital, a guiarte hacia lo que los humanos denomináis felicidad”, continuaron al unísono, mientras se acariciaban sensualmente los pezones. “Pero para ello, deberás cumplir una misión para los Dioses, sólo de su éxito dependerá tu destino. Debes encontrar al Hipster Supremo, sustituirle en su mandato y someter sus tropas a aquél conocido como Hefner. Únicamente así podremos detener el avance del fin del mundo. Será un camino largo y difícil, lleno de peligros y engaños torticeros, pero contarás con la ayuda de los Dioses. Debes confiar en nuestra palabra”. En ese momento, una de las tres se agachó y las otras le dieron unos sonoros cachetes en el culo.

“El tiempo ha empezado a correr, debes ponerte en camino. En tu rostro encontrarás la clave, no lo olvides”. Las tres Moiras, ahora completamente desnudas, me miraban fijamente desde sus altísimos tacones. Un potente rayo de luz cegadora brotó de cada uno de los pezones, colapsando mi visión y, una vez más, caí desmayado...

Texto: El Hombre Confuso
Ilustración: José Onís